Noticia del diario palentino hoy 3 de junio de 2012. En esta tienda en mi etapa en Palencia hemos complado mas de una rica "bacalada"
«Cuarto y mitad»
Virgilio no se licenció en Administración
de Empresas. Tampoco hizo un máster en marketing y lo del aprovechamiento de
sinergias y la optimización de recursos lo aprendió a base de golpes. Los que
le dio la vida. Porque Virgilio, así, a secas, no les sonará. Pero si a ese
nombre le ponemos como tarjeta de presentación Ultramarinos Burón, la historia cambia. Una historia que arrancó
hace 75 años y que tiene en Javier, uno de los nietos de Virgilio, a la tercera
generación de burones tenderos, de los de toda la vida. Javier regenta un establecimiento
histórico. La tienda de la calle Doña Urraca es el punto y seguido de un
proyecto que nació el siglo pasado.
Ultramarinos Burón es una rara avis.
Ejemplos así aportan un rayo de luz al sombrío escenario que se dibuja entre
los autónomos de la provincia. ¿La clave de su éxito? «Trabajo, trabajo y
trabajo. Así era con mi abuelo, era con mi padre, con mis tíos, y es ahora».Javier
ha acabado su jornada laboral. Con la reja del ultramarinos a medio bajar, se
toma un respiro. Es el momento de echar la mirada atrás y recordar cómo empezó
a formar parte de una estirpe de tenderos, de esos que basan su éxito en algo
tan sencillo como la cercanía al cliente y el producto de calidad. Su abuelo,
nacido en Valoria la Buena (Valladolid), empezó a trabajar «de chiguito» en Valladolid. Los azares del destino le llevaron a
Santander donde fue empleado de Bacalaos Salat. La experiencia acumulada en
tierras cántabras marcó y sigue marcando a Ultramarinos Burón. El bacalao es
uno de sus productos estrella. «El abuelo lo trabajaba muy bien» apunta Javier.
Tanto, que le encomendaron la dirección de la sucursal de la firma en Palencia
capital, donde regentó un establecimiento en la zona de La Compañía.Ya entonces había surgido en Virgilio el gusanillo de tener su negocio. La experiencia acumulada con Alejandro Ortega le sirvió para dar el paso.
Oportunidad. Aprovechó la
oportunidad que se le presentó de coger una tienda en Venta de Baños. Era 1937.
Nacía Ultramarinos Burón. «Venta de Baños tenía muchísima vida. Por lo que me
han contado, se vendía lo que no te puedes ni imaginar», sentencia. Por si
fuera poco con el local venteño, Virgilio decidió embarcarse en una nueva
aventura: una tienda en la Calle Mayor de Palencia (la que ya regentaba para
Ortega y que pasó a sus manos) y otra en la avenida de Valladolid, frente al
Cine Avenida (que cerró cuando abrieron la de la Plaza Mayor). Con esfuerzo y
dedicación el proyecto se consolidó y a las dos primeras tiendas le siguieron
la de la Plaza Mayor de la capital y dos más en Venta de Baños. «Te puedes
hacer una idea del trabajo que generaban todas». En Venta de Baños es donde da
sus primeros pasos Javier en los ultramarinos. A finales de los 60, con apenas
10 años, toma contacto con el mostrador. «Salía de clase y había que echar una
mano». Su primer recuerdo es tan nítido que parece que fuera ayer. «Cómo no me
voy a acordar. Iba a La Trapa a dejar encargos de vecinos que vivían en las
casas que están junto a la carretera. Venían una o dos veces por semana a
comprar y se lo llevábamos», relata. Esos recuerdos se avivan al hablar del
devenir de las tiendas. Ultramarinos Burón ha estado de cara al público en
distintos puntos de la capital. Javier, junto a su padre, Jacinto, ha visto
pasar a muchas generaciones de palentinos desde la Calle Mayor. «Un lugar
especial, lo mismo que la Plaza Mayor, de donde nos movimos cuando el local se
quedó pequeño». Ocurrió en los 90.
Por aquel entonces los carteles de Ultramarinos Burón aún podían verse en la Calle Mayor (la antigua que aún seguía) y también en Menéndez Pelayo, Alfonso X el Sabio, junto a las Angelinas o en la plaza Los Abetos. Carteles que tienen su historia. «Siempre en rojo la palabra ultramarinos y en negro Burón. Son una seña de identidad». Como seña también son las bolsas amarillas por las que apostó hace un cuarto de siglo el padre de Javier. «Hasta entonces eran blancas. Primero con el dibujo de las tiendas y luego con el logo de Burón. Escogió el amarillo porque es llamativo. Fue todo un acierto».
Por aquel entonces los carteles de Ultramarinos Burón aún podían verse en la Calle Mayor (la antigua que aún seguía) y también en Menéndez Pelayo, Alfonso X el Sabio, junto a las Angelinas o en la plaza Los Abetos. Carteles que tienen su historia. «Siempre en rojo la palabra ultramarinos y en negro Burón. Son una seña de identidad». Como seña también son las bolsas amarillas por las que apostó hace un cuarto de siglo el padre de Javier. «Hasta entonces eran blancas. Primero con el dibujo de las tiendas y luego con el logo de Burón. Escogió el amarillo porque es llamativo. Fue todo un acierto».
‘A la palentina’. Ese marketing a la
palentina dio resultado porque aún ahora, lustros después, descendientes de
esos clientes que tuvieron su primera toma de contacto con el bacalao de
Virgilio siguen acudiendo a Burón. «Hay una clientela fija de la capital y de
los pueblos que pasa de generación a generación», reseña, apoyado sobre la mesa
de la oficina donde se cuece el día a día de la tienda que acumula
reconocimientos de envergadura: Medalla
de Bronce en 1982 y Medalla de Plata en 1991 de la Cámara de Comercio.
¿Y el futuro, qué depara? Javier, junto
a su mujer, Nieves, tienen aún cuerda para rato. Lo que no está tan claro es
quién puede tomar el relevo. Sus hijos, Laura y Javier, han tomado otros
caminos. La primera, en el sector bancario. El segundo, apunta al mundo del periodismo.
Por ello, Javier (padre) se plantea ese futuro a más corto plazo. 75 años no se
cumplen todos los días. Como lo fue del abuelo, su prioridad es «cuidar al
cliente». Ese es su futuro, el que debe asegurar que mañana, a las 9, la reja
vuelva a levantarse.
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